Alquimia del ser: sanar para crear Magia
Querido 2024,
Hoy quiero despedirte como mereces: haciendo un recuento de todo lo que me regalaste, de todo lo que me quitaste y, sobre todo, de todo lo que me transformaste. Sin duda este fue el año con más lágrimas derramadas y a la vez con más risas y carcajadas.
A principios de año llegué con una estructura de negocio muy racional y “bien pensada”. Según yo, tenía claro qué hacer para que mi mensaje llegara a más personas y más mujeres experimentaran mi fotografía. Pero, como siempre, el universo tenía otros planes para mí.
En enero, me rompí la rodilla. Dos meses sin trabajar. Dos meses que parecieron eternos. Justo cuando empezaba a recuperar el ritmo, a finales de febrero, mi casera me avisó que había vendido el espacio donde trabajaba. ¿Cómo? ¿Y ahora qué? Mi negocio, ese sueño que tanto esfuerzo me costó construir, parecía desmoronarse frente a mis ojos. Aunque intenté tomar sesiones en espacios prestados, me faltaba algo esencial: un lugar propio donde pudiera sentirme segura.
Poco antes de estos eventos, por alguna razón que aún no comprendía del todo, me inscribí en un curso de sanación energética. Lo hice más por curiosidad que por otra cosa, sin saber cuánto transformaría mi vida.
Para mi sorpresa, ese curso lo cambió todo. Aprendí que no podía sanar a nadie si no sanaba primero yo. Así que me sumergí en mi interior. Fue como abrir una caja cerrada por años: reviví heridas que creía olvidadas, lloré pérdidas que nunca me permití procesar, y enfrenté un dolor que llevaba escondido en lo más profundo de mi ser. Poco a poco, me despojé de todo aquello que ya no necesitaba. Me vacié. Y aunque en ese momento no sabía qué iba a llenar ese vacío, confié en que algo nuevo llegaría.
Y poco a poco empezaron a llegar las sorpresas… y el universo respondió. Encontré un espacio de trabajo justo como lo había soñado: lleno de luz, cálido, blanco y de fácil acceso. Pero este lugar no es solo un espacio físico; es un refugio. Cada vez que alguien cruza la puerta, siempre me dicen lo mismo: “Me siento como en casa”.
Es un lugar donde las emociones encuentran un hogar, donde el tiempo parece detenerse, y donde lo cotidiano se transforma en algo mágico. Aquí no solo tomamos fotografías; aquí se sana, se conecta y se recuerda lo que muchas veces olvidamos: nuestra propia belleza y valor.
Entonces comenzaron a llegar las mujeres. Y entendí que esto iba mucho más allá de la fotografía. No eran solo imágenes bonitas; eran encuentros. Encuentros llenos de conexión, de sanación, de verdad. En ese pequeño rincón del mundo, donde el tiempo parece detenerse, los corazones empiezan a sanar.
Me di cuenta de que mi misión no es solo capturar la belleza externa, sino mostrar a las personas lo que muchas veces no pueden ver por sí mismas: su potencial, su fuerza, su luz. Les muestro que pueden amarse desde la completud y no desde el dolor.
Este año aprendí a ser vulnerable, a expresar lo que siento, a salir de mi coraza. Perdí mi voz por un tiempo, pero estoy en el camino de recuperarla. De salir al mundo y gritar a los cuatro vientos: “Déjame ayudarte”.
Sin duda, este 2024 fue el año más transformador de mi vida. Sentí dolor, angustia, miedo y pérdida, pero también amor, gozo, expansión, plenitud y una gratitud infinita.
Gracias a cada persona que cruzó mi camino este año. Gracias a las mujeres que caminaron junto a mí, a mi maestra de vida, a mi familia por estar siempre a mi lado y en mis locuras, y gracias al universo por las lecciones disfrazadas de tragedias. He aprendido que los momentos más oscuros son solo milagros en proceso.
Estoy lista para el 2025. Pido al universo que este nuevo año venga con crecimiento amoroso y fácil, que nos regale paz, amor puro y profundo, gozo, muchas risas, conciencia, sabiduría, plenitud y, sobre todo, la capacidad de vivir cada instante con presencia.
Feliz Año Nuevo.